En estos últimos años, en el Perú se ha concretado una gran cantidad de operaciones de compras y ventas de empresas de muy diversos sectores, tanto por parte de firmas nacionales como del extranjero, totalizando varios millones de dólares.
Procurando dejar unas ideas claras, podemos decir que el valor es siempre algo subjetivo, puesto que es lo que una persona espera recibir al tener la posesión de un bien, ya sea en términos económicos o, incluso, emocionales; es el dinero que se dispone sacrificar para la obtención de ese objeto y los “beneficios” esperados.
Cuando hablamos del valor de una empresa, es razonable que lo distingamos del valor de sus activos, ya que estos, por sí solos, no hacen empresa; están “aparcados”. Una empresa es una organización en marcha, mucho más que la mera suma de activos; tiene un pasado y un futuro, y allí existe un valor que hay que procurar determinar.
Por lo tanto, es razonable que pensemos en el valor de su capital, expresado en sus acciones. Aparentemente, el valor de acciones de empresas que cotizan en Bolsa podría resolver el dilema; pero ¿por qué entonces hay quienes están dispuestos a comprar y otros a vender?: cada parte tiene en esa operación algo que ganar, es decir, cada uno ha definido su valor.
Lo que alguien desea al comprar acciones de una empresa es lograr beneficiarse con lo que esta le puede dar en términos de dividendos esperados y apreciación de valor; en definitiva, un futuro mejor.
Aquí comienza la subjetividad de la valoración: esos dividendos o utilidades futuras deben estimarse; estos resultarán de las acciones estratégicas que se determinen y que puedan ser realizadas exitosamente o –al menos– en la línea de lo previsto. Y aquí aparece el segundo elemento subjetivo: estimar o definir un cierto grado de incertidumbre en los resultados de esas estrategias.
La estrategia de una empresa –que no es otra cosa que su vinculación con el entorno– requiere para su definición de un conocimiento claro y preciso del sector en que la empresa actúa, de las oportunidades que este pueda brindar y de las capacidades que la empresa tenga y que estén en consonancia con tales posibilidades. Para esto hace falta visión empresarial y criterio directivo.
Por eso, podemos hablar de dos tipos de valoración, derivados de dos planteamientos estratégicos básicos: el que resulta de la empresa actuando como hasta ahora, “as is”, sin mayores cambios futuros; y el que provendría de los mejores y mayores beneficios resultantes de sinergias y/o acciones estratégicas nuevas a implementar. Un comprador, seguramente, estará en esta última postura, esperando obtener más de lo que ha logrado hasta ahora el actual propietario.