Según un artículo publicado por Andrés Oppenhaimer, hay un fenómeno que ya ha empezado a darse en Latinoamérica, las inversiones chinas. También está empezando a cobrar fuerza en Estados Unidos pero en menor escala, ya que muchos legisladores le han puesto trabas a las inversiones chinas por temores de que representen potenciales amenazas a la seguridad nacional.
Un estudio de la Asia Society y el Woodrow Wilson International Center, titulado “¿Una puerta abierta de Estados Unidos?”, estima que las inversiones extranjeras de China en todo el mundo aumentarán de los $230 mil millones de dólares actuales a entre $1 billón y $2 billones en el 2020. La cifra no incluye las compras chinas de bonos del gobierno o las inversiones pasivas en acciones y valores extranjeros.
China era virtualmente inexistente como inversor extranjero global. Aunque China representa el 8 por ciento del comercio global, sólo representa el 1.2 por ciento de las inversiones extranjeras en el mundo. Su actual nivel de inversiones extranjeras empalidece si se lo compara con los $4 billones de las inversiones extranjeras de Estados Unidos.
Pero este panorama está cambiando velozmente. El año pasado, entre otras transacciones de este tipo, la petrolera china Sinopec compró Repsol-YPF de Brasil en $7,100 millones.
Un estudio de la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe de las Naciones Unidas (ECLAC) revela que las inversiones directas de China en Latinoamérica alcanzaron los $15 mil millones el año pasado, duplicando así el total de todas las inversiones chinas en la región acumuladas en los últimos 20 años. China ha anunciado que invertirá $22,700 millones en Latinoamérica y el Caribe a partir de este año mientras que en Estados Unidos han sido menores, de alrededor de $5,000 millones el año pasado, pero también se duplicaron el año pasado, según el estudio de Asia Society.
Lo que induce a invertir en las Américas es la necesidad de asegurarse el suministro de petróleo, minerales, soja y otras materias primas. China quiere protegerse de aumentos de precios o de potenciales interrupciones en el aprovisionamiento de sus productos. Por eso, las empresas chinas quieren pasar de ser importadoras netas a ser propietarias de las firmas latinoamericanas que producen las materias primas que China consume.
En segundo lugar, las empresas chinas que se enfrentan con barreras tarifarias en algunos grandes mercados, como en el caso de Brasil, están comprando empresas locales para poder vender sus productos dentro de esos países.
En tercer lugar, los costos de mano de obra en China están aumentando. Así como las empresas chinas se han expandido a Vietnam y a otros países asiáticos para bajar sus costos de producción, muy pronto podrían hacer lo mismo en Latinoamérica.
China está comprando empresas latinoamericanas, pero pone muchas trabas para que empresas latinoamericanas puedan comprar empresas chinas, y vender sus productos allí. Eso sería un enorme avance para América Latina.
La concentración casi exclusiva de China en las materias primas latinoamericanas amenaza con convertir a los países de la región en economías de extracción, demorando el desarrollo de industrias de alta tecnología. Y las empresas chinas no son famosas por cumplir con las reglas ambientales o las leyes contra la corrupción. Su llegada a la región será un fenómeno positivo, pero traerá consigo nuevos desafíos para los que nuestros países deberían prepararse mientras reciben a los inversores chinos con una alfombra roja.